miércoles, 13 de mayo de 2009

El toallero y la arrogancia del casero

miércoles, 13 de mayo de 2009

Nunca supe cómo interpretarlo, podía tratarse de la omisión casual más sincera o de un acto destructivamente soberbio. Esta historia no es la de aquel estudiante que tras un anacrónico aborto de su madre terminó en uno de los cuartos que renta el Profesor Ferrer, tampoco es la de este enigmático y bonachón casero de la colonia Loma Bonita, a decir verdad no es ni siquiera la historia del toallero, sino la de su distancia. Dada la función de un toallero, su búsqueda de la practicidad y la conservación de las toallas que portare, éste es un caso digno de analizarse. El estudiante confiaba plenamente en el casero y el segundo hacía mejoras al cuarto cuando el primero no se encontraba. Le sorprendió encontrarse con un espejo, un refrigerador, una lámpara, pero nada como aquel toallero colocado a una distancia aparentemente diminuta del aspersor de la regadera. En una apresurada conclusión pensó que cuanta toalla colgase allí, recibiría una ducha tan buena como la suya, pero al ponerlo a prueba, las toallas permanecían secas. Se podría pensar que el casero buscó el punto más cercano al chorro de agua para fijar definitivamente esa argolla y analizó todos los posibles caminos de una gota, asegurándose de que colocándolo un milímetro hacia cualquier dirección ocasionaría un desastre. A partir de entonces, cada ducha significó un cuestionamiento de la arrogancia humana, de la tan buscada cercanía a los límites, y de todos aquellos que de un modo u otro viven al borde de un peñasco, por afán u omisión.