viernes, 3 de diciembre de 2010

La historia de la artesana y su cliente extranjero

viernes, 3 de diciembre de 2010
En la educación básica se escucha muy a menudo a los maestros contar la siguiente historia:

Érase una vez, una señora proveniente de algún pueblo mexicano, que se dedicaba a vender artesanías en la calle. Llevaba una canasta llena de, digamos que muñequitas, y pasaba todo el día ofreciéndolas a todo posible cliente que se acercara. Un día, un turista extranjero maravillado al ver tan hermosas artesanías, preguntó el costo de las mismas. No sé si eran viejos pesos, o nuevos pesos; tampoco sé con precisión cuánto costaban estas hipotéticas artesanías, pero dejémoslo en que costaban "un veintón". Todavía maravillado por la belleza de las artesanías y ahora sorprendido por su bajo costo, el extranjero pensó hacer uso de su potencial financiero, adquirir todas las muñecas, llevarlas a su país y una vez allá, convertirlas en finos regalos para sus conocencias, o en exótica mercancía que revendería en 20 veces su costo.
Independientemente de cuál haya sido el plan del visionario extranjero, he aquí el giro de tuerca.
Cuando se le propuso a la señora que le comprarían todas sus muñecas, ella, asustada dijo que no y contestó la siguiente frase: "¿Y entonces qué voy a vender yo?".

Entonces el análisis más común de esta historia es reprobar la actitud de la artesana, por poco empresarial y por no aprovechar la oportunidad que se le presentaba. Incluso se llega a interpretar a la artesana como un símbolo de los mexicanos y al extranjero como un ícono del progreso, y en la historia se representa cómo el mexicano no progresa por limitaciones propias.

Pero he estado pensando mucho en esta historia, y creo que se puede interpretar exactamente al revés.

Si bien el objetivo de todo vendedor es vender, y una gran venta es un gran logro para un vendedor, se está pasando por alto el amor que pudiera existir hacia el oficio. Pienso yo que si la artesana sufriera el estar en esa calle vendiendo, hubiera aprovechado la oportunidad para dejar de hacerlo y volver a su casa con el dinero, que es el motor aparente para que esta señora salga a vender. Pero no aprovechó esa oportunidad. Decidió que quería tener más para vender, aunque el costo de esto fuera perder a un cliente potencial. Es decir que existe una posibilidad de que la señora gozara enormemente su trabajo y por ello no quería que se le terminara tan rápido.

Pero en nuestra educación básica se pasa muchas veces por alto la alternativa de hacer algo por gusto. Se trabaja por la recompensa y como lo dicta la mentalidad del conquistado, el trabajo se debe de sufrir.

Si a un artista le ofrecieran una solución mágica para que todas sus obras se concretaran solas, ¿aceptaría?
Pues aceptaría en la misma medida de qué tanto disfruta el carpintero hacer muebles, el chef cocinar, el proctólogo indagar en los anos enfermos, y así un infinito etcétera.

La visión progresista con la que se contaba originalmente esta historia, asume que el único objetivo de la señora es vender lo más posible para generar la mayor cantidad de dinero posible.

Pero esta hipotética señora sabe algo que el progreso -estrictamente económico- no sabe.

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